En 1825 el paleontólogo Gideon Mantell describió al género Iguanodon a partir de fósiles encontrados en el Reino Unido. Los individuos adultos pudieron llegar a medir 11 metros de longitud. Fue herbívoro y vivió en Europa entre hace unos 125 y 129 millones de años, aproximadamente. Tenía un hocico alargado y una boca llena de dientes dispuestos en batería, era cuadrúpedo y poseía unas grandes extremidades delanteras que se caracterizaban por tener un gran pulgar de la mano convertido en espolón.
En la actualidad, sólo se consideran válidas dos especies de este dinosaurio: Iguanodon bernissartensis e Iguanodon galvensis. Recientemente, una publicación en la revista Cretaceous Research que encierra los resultados de un estudio sobre la variación individual [la que se manifiesta entre los individuos de una misma especie y edad similar] de los huesos poscraneales de 30 individuos de Iguanodon bernissartensis -realizado por la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis y el Royal Belgian Institute of Natural Sciences-, demuestra que existe una variación muy significativa en las características de la columna vertebral, la cadera y las extremidades del célebre dinosaurio Iguanodon. Según la nueva investigación, esto abre mucho el abanico de especímenes que podrían estar incluidos en la especie Iguanodon bernissartensis, hasta el punto de que algunos ejemplares que se pensaba que pertenecían a otras especies -incluso otros géneros distintos de Iguanodon- podrían ser de hecho miembros de la especie Iguanodon bernissartensis.
Luis Alcalá, investigador del estudio y director gerente de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis, explica a EL MUNDO que una vez que se conoce bien el rango de variación de una especie, "podemos darnos cuenta de que un dinosaurio que podría parecer diferente, es en realidad miembro de esa especie".
De este modo, las conclusiones del estudio tienen implicaciones importantes para el estudio de otros dinosaurios ornitópodos (grupo al que pertenece Iguanodon), ya que la variación observada en Iguanodon bernissartensis, "nos ha permitido comprobar, por ejemplo, que el dinosaurio que antes se conocía como Delapparentia es, con toda probabilidad, un Iguanodon", relata Alcalá.
Esta alteración individual entre los individuos se manifiesta en algunos huesos del esqueleto, como el axis (la segunda vértebra cervical), las vértebras del sacro y las vertebras caudales (de la cola), la escápula, el húmero, el dedo pulgar, el ilion y el isquion (dos huesos de la cadera), así como en el fémur y en la tibia.
Estas clasificaciones tienen a menudo ciertas dificultades, explica el director de la Fundación Dinópolis a este diario, ya que en la mayoría de las especies de dinosaurios se conocen pocos individuos distintos y en muchas ocasiones sólo se conoce un individuo.
De este modo, "si sólo se conoce un individuo del dinosaurio A y otro del B, que no sean exactamente iguales, se puede pensar que se trata de individuos pertenecientes a dos tipos de dinosaurios diferentes. Pero si se tienen muchos individuos de A y muchos de B, puede ser que tengan rasgos solapados (como consecuencia de sus variaciones individuales) y, en realidad, todos ellos pertenezcan a un mismo tipo de dinosaurio", reconoce el investigador.
Por otro lado, el estudio no ha podido constatar "evidencias directas de dimorfismo sexual entre machos y hembras", es decir, si algunos de los rasgos observados en ciertos individuos de Iguanodon bertissartensis son propios de individuos machos y otros lo son de individuos hembras.
Los dinosaurios estudiados están parcialmente completos y se hallaron entre 1878 y 1881 en una mina de carbón situada en Bernissart (Bélgica) y actualmente se exponen mayoritariamente en el Royal Belgian Institute of Natural Sciences de Bruselas.
Al mismo tiempo, un trabajo publicado en la revista Historical Biology realizado por la Fundación Dinópolis muestra un estudio detallado de tres ejemplares adultos y de 15 crías de Iguanodon galvensis a través de los cuales se han podido determinar nuevas características anatómicas que permiten diferenciar con mayor precisión a esta especie de su hermana, Iguanodon bernissartensis.
Peculiaridades en la mandíbula, en un hueso de la cadera y en el fémur son las tres características principales que presenta Iguanodon galvensis y que, por el contrario, no las tienen los individuos de Iguanodon bernissartensis.
En junio de 2015 la Fundación ya constató el hallazgo de una nueva especie del famoso género de dinosaurio Iguanodon a partir de fósiles de 127 millones de años encontrados en un yacimiento de Galve (Teruel), por el cual recibe esa denominación.
El satélite europeo Sentinel-2B despegó en la madrugada del martes a bordo de un cohete Vega desde el Puerto Espacial de Kurú, Guayana Francesa, con una innovadora cámara multiespectral de alta resolución para 'vigilar' la Tierra.
Junto a su satélite gemelo, Sentinel 2-A, lanzado en 2015, proporcionarán información útil para la agricultura y para monitorizar inundaciones, incendios o erupciones volcánicas.
Ambos pertenecen al programa Copernicus, un proyecto conjunto de la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Comisión Europea, cuyo objetivo es proporcionar una información precisa, puntual y accesible para mejorar la gestión medioambiental.
Su lanzamiento tuvo lugar a las 2.49 horas (hora española). Se espera que en tan sólo cinco días, proporcione información medioambiental, entre la que se incluirán datos sobre la contaminación atmosférica, las erupciones volcánicas, las inundaciones, los desplazamientos del terreno o el estado de la vegetación, entre otros.
De esta manera y con el fin de llevar a cabo una cobertura global, este lanzamiento busca proporcionar datos con numerosas aplicaciones, entre las que destacan la vigilancia terrestre y costera, las informaciones sobre catástrofes naturales para los servicios de emergencia, o todos aquellos datos útiles para la gestión de la agricultura, la detección de cambios en la cobertura terrestre y el control medioambiental en su conjunto.
Un hecho que, además, ayudará a comprender y mitigar los efectos del cambio climático, así como a asegurar el control terrestre, la gestión de emergencias y la seguridad.
Concretamente, la misión Sentinel- 2 es fruto de la estrecha colaboración entre la ESA, la Comisión Europea, la industria, los proveedores de servicios y los usuarios de los datos. Ha sido diseñada y construida por un consorcio de 60 empresas lideradas por Airbus Defence and Space.
La participación española en el programa asciende al 6%. En total, nueve empresas nacionales que han aportado sistemas y equipos a la flota Sentinel 2, que van desde electrónicas de control, mecanismos de calibración y obturación del instrumento, a sistemas de transmisión de imágenes, equipos de comunicación, simuladores y bancos de pruebas, sistemas de control térmico y subsistemas de cableado, entre otros.
Además, será en España donde se aloje el centro principal de procesamiento y archivo de imágenes de la flota.
El planeta Tierra se formó hace alrededor de 4.500 millones de años. Pero en aquel momento primigenio la superficie terrestre tal y como la conocemos hoy en día todavía ni se había formado. La temperatura terrestre era mucho más elevada, comenzaba aún la incipiente tectónica de placas que hoy dirige los movimientos continentales y aún se sucedían sin parar violentos impactos de grandes asteroides, cuyas consecuencias aún pueden verse, por ejemplo, sobre la superficie de la Luna.
No fue hasta hace unos 4.000 millones de años cuando se formaron las primeras grandes masas de corteza continental. Hasta ahora, los investigadores ni siquiera contemplaban la posibilidad de que por aquel entonces las primeras formas de vida sobre la Tierra ya poblasen esas rocas primitivas. De hecho, las pruebas directas más antiguas de la existencia de organismos vivos halladas hasta la fecha son de hace 3.500 millones de años: los estromatolitos de Warrawoona (Australia).
Ahora, una nueva investigación liderada por investigadores del University College de Londres (UCL) ha encontrado en el noroeste de Canadá fósiles de organismos vivos de hace casi 3.800 millones de años, y asegura que estas formas de vida primigenias podrían haber ocupado ya esas rocas sedimentarias hace 4.280 millones de años, algo que situaría a estas primeras células vivas en las etapas iniciales de la formación de la Tierra.
La investigación comenzó en el cinturón rocoso de Nuvvuagittuq, situado en una remota área de la provincia de Quebec (Canadá), ya que allí se encuentran algunas de las rocas conocidas más antiguas del planeta. Los autores del trabajo, publicado en la revistaNature, encontraron, encontraron allí restos fósiles de pequeños filamentos y tubos formados por bacterias que se alimentaban del hierro presente en las fumarolas -chimeneas volcánicas submarinas- presentes en los fondos de los océanos de aquella Tierra primigenia.
«Nuestro descubrimiento apoya la idea de que la vida surgió en los ambientes cálidos de las fumarolas del fondo del océano poco después de que se formase el planeta Tierra», asegura Matthew Dodd, investigador del UCL y primer firmante del trabajo. «Esta rapidísima aparición de la vida encaja con otras evidencias recientemente encontradas, como las acumulaciones de sedimentos de 3.700 millones de años formadas por microorganismos», explica el autor.
Sin embargo, aunque otros colegas reconocen la importancia del hallazgo, no hay tanto consenso en torno a la posibilidad de adelantar el reloj de la aparición de la vida tanto como hasta los 4.200 millones de años de antigüedad.
«Aunque los autores apuntan que la formación en la que encuentran estos signos de vida puede corresponder al Hadeano, es decir a 4.280 miles de millones de años, personalmente creo que, aunque haya evidencias de la existencia de océanos y por lo tanto de posible actividad volcánica submarina en estas épocas, la proximidad al origen del planeta requerirá de pruebas concluyentes antes de que se pueda adelantar el reloj biológico a estas fechas, sobre todo porque deja poco espacio al origen y evolución de la vida en la Tierra», opina Ricardo Amils, catedrático de Microbiología de la Universidad Autónoma de Madrid e investigador del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa.
«Se trata de un estudio muy interesante pero también muy controvertido, ya que no ofrece de manera clara e inequívoca biomarcadores que permitan confirmar que disponemos de compuestos orgánicos procedentes de la actividad metabólica de microorganismos», asegura Jesús Martínez-Frías, investigador Científico del Instituto de Geociencias, IGEO (CSIC-UCM).
Además, estas conclusiones parten de la premisa de que la vida se originó en la Tierra en algún momento tras la formación de la corteza terrestre, pero hay teorías, como la de la Panspermia, que proponen que las primeras células vivas pudieron provenir de otro lugar del Universo a bordo de uno de los muchos asteroides que impactaron contra el planeta aún en formación. «No deberíamos olvidar de la posibilidad de que esa vida no se originara en el planeta sino que viniera de otro lugar», recuerda ricardo Amils.
Ian Pearson afirmó que en 33 años, la existencia de lentes inteligentes de contacto y la realidad virtual permitirán cambiar el aspecto de las personas con las que nos cruzamos. (Archivo / GFR Media)
A menudo se piensa que la selva amazónica es una vasta extensión de naturaleza que ha permanecido inmune a la influencia del hombre. Pero, ¿y si estuviera formada por árboles cultivados por pueblos indígenas hace miles de años?
En efecto, así lo afirma un nuevo estudio científico llevado a cabo por un equipo internacional de investigadores. El hallazgo ha sido posible tras el análisis de los datos de más de 1.000 estudios forestales y de la creación de un mapa de más de 3.000 yacimientos arqueológicos a lo largo del río Amazonas. Los resultados han sido publicados en la revista científica Science.
De esta manera y gracias a la comparación entre la composición de diversos bosques de la geografía amazónica y los restos arqueológicos estudiados, los científicos han generado el primer mapa de la Amazonía que muestra cómo los pueblos precolombinos (grupos étnicos que habitaban en América antes de la colonización) tuvieron una gran influencia sobre la biodiversidad de la Amazonía.
«Algunas de las especies de árboles que actualmente abundan en los bosques amazónicos fueron plantados por personas que vivieron allí mucho antes de la llegada de los colonos europeos», subraya Nigel Pitman, ecóloga experta en conservación y coautora del estudio.
Concretamente, este estudio se ha centrado en las 85 especies de árboles de los que ya se sabía que habían sido objeto de cultivo de los pueblos amazónicos: una actividad que en su tiempo llevaron a cabo para cubrir necesidades básicas como el alimento o el refugio. Árboles tan conocidos como el del cacao, el açaí o las nueces de Brasil.
Además, los investigadores han descubierto que a lo largo de la cuenca del Amazonas estas especies cultivadas tienen cinco veces más probabilidad de dominar en los bosques maduros de tierras altas que las especies no plantadas por estos pueblos.
Según los autores, este descubrimiento abrirá el debate científico sobre cómo los asentamientos humanos en la cuenca del Amazonas han influido -durante al menos los últimos 8.000 años de los que se tiene constancia del cultivo- en los patrones modernos de su biodiversidad.
«Durante muchos años, los estudios ecológicos ignoraron la influencia de los pueblos precolombinos en los bosques que en la actualidad observamos. Sin embargo, hemos descubierto que una cuarta parte de estas especies cultivadas están distribuidas ampliamente alrededor de la cuenca amazónica, dominando así grandes extensiones forestales», sostiene Carolina Levis, autora principal del estudio.
En un sentido amplio y según apostilla Levis, «el sustento y la economía de los pueblos de la Amazonía indican que la flora de este lugar es, en parte, herencia de sus antiguos habitantes».
De esta forma, sigue siendo notable la influencia de los cultivos de los pueblos indígenas sobre la biodiversidad actual. Un ejemplo es la región suroeste de la Amazonía: una zona rica en parques formados por árboles de nueces de Brasil, cultivados hace miles de años y que hoy sirven de sustento a las personas que habitan el lugar.
«Es necesario desentrañar la compleja interacción de los factores históricos, ambientales y ecológicos con el fin de conocer la estructura de la flora arbórea amazónica», afirman los autores estudio.